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viernes, 10 de diciembre de 2010

Peligro: inflamable





Inexplicable, rayando en lo absurdo, resulta que un show como el de Rammstein no haya contado con una mísera pantallita que nos mostrara a los que no estábamos dentro del radio de escupitajo del cantante Till Lindemann los detalles de lo que pasaba en el escenario. La mejor manera de restarle espectacularidad a este display infinito de rock industrial, teatro y piromanía era esa: dejar al 70% de los concurrentes adivinando qué corno era eso que se movía, literalmente envuelto en llamas, allá a lo lejos.

Por lo demás, todo maravilloso con la aplanadora teutona, que recuperó la cancha de Racing como espacio para recitales con una convocatoria sorprendente: más de 35 mil almas rigurosamente vestidas de negro.

Ya desde el inicio atropellan con una bandera alemana gigante como telón, cayendo para dejar en descubierto una puesta de ciencia ficción retrofuturista (contraluces blancos, acero, simetría, pose deshumanizada) que complementa extrañamente su visceralidad.

Porque así es Rammstein: maquinal y bestial al mismo tiempo, distante y arengador, artificial y contundente, capaz de hacerte bailotear con la expresividad de Daria y, a la vez, ponerte fichas para que te compres un sobretodo negro y salgas a dispararle a tus compañeritos populares de la prepa. Todo eso son.

La apertura con "Rammlied" (del último disco Liebe ist für alle da), un par de temas con idéntica pesadez y, ups, las masas pugnando por acercarse a ver qué pasaba derribaron el vallado, obligando a un parate de unos diez minutos que el campo aprovechó para rescatarse y la platea, para pedir a gritos que apagaran las molestas luces del estadio. Ya de vuelta en el set, "Waidmann" le da rienda suelta a la veta incendiaria del grupo, no con las cañitas voladoras de Kiss lanzadas a la estratósfera: con lenguas de fuego envolviendo el escenario completo. El maldito infierno, y miles de mandíbulas flojas.

El riff machacante, peligrosamente cercano al canto de un martillo neumático de "Keine Lust" da paso a "Weisses Fleisch", el tema en el que los germanos sacan el pequeño Depeche Mode que vive dentro suyo y meten una pegajosa coda tecno. Y de allí en más, el truco del fuego subiendo y subiendo la apuesta: todos escupiendo enormes flamas en "Fever Frei", un acting de antropofagia -con gran olla en la hornalla y chabón hecho en su jugo incluidos- en la revulsiva "Mein Teil" (dedicada al Caníbal de Rotenburg) y un falso fan que se sube en "Benzin" y termina recorriendo el escenario completamente encendido, hasta que un benévolo extintor le salva la vida. O sea: la mismísima locura.

Finalmente, un hit con "Du Hast" (faltaron varios, entre ellos "Sensucht") y, a la hora de los bises, la atemorizante "Ich Will" y... ¿"Te quiero puta"? ¿Qué? ¿Por qué clausurar semejante premonición del Apocalipsis con un tema que dice, en español, "vamos vamos mi amor, me gusta mucho tu sabor, no no no no tu corazón, mucho mucho tu limón, dame de tu fruta, vamos mi amor, te quiero puta"? Ellos sabrán, pero el chiste bizarro de la clausura no opaca lo previo: se apegan a una clara fórmula, no son ninguna joyita para entendidos, se le ven los hilos por todos lados, pero perderse esta obra de teatro siniestra e inflamable es algo que nadie debería hacer. Aún cuando les toque estar lejos y adivinar la mitad de lo que pasa.

Por Diego Mancusi

Fuente (nota y fotos): www.rollingstone.com.ar

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